El Honor Perdido de Catalina Lasa

Palabras finales y agradecimientos

Escribir una biografía novelada sobre Catalina Lasa resulta una tarea harto compleja. En primer lugar porque al tratarse de un personaje común y corriente, devenido leyenda sin haber sido mito, la bibliografía existente es escasa; y en segundo lugar, porque esa leyenda, ese halo novelesco que la cubre, arrastra consigo un cúmulo de artículos que no se corresponden con la realidad y en muchos de ellos, los autores ni siquiera se toman el trabajo de cotejar las fechas.

Entre las más grandes falsedades se cuentan aquellas relativas a la propia Catalina, por ejemplo; que la sepultan con todas sus joyas, que su marido se hace enterrar de pie junto a ella, que Pedro Estévez y Rosa Varona viven un romance similar, que su presencia adúltera provoca la espantada de todos los asistentes a un gran teatro, o que su cadáver, viene en Capilla ardiente desde París, con ramos (?) de azaleas que se cambian diariamente -quién tal cosa escribe, posiblemente no ha visto nunca una azalea-, y que diariamente desde un avión se lanzan pétalos de rosa sobre la cubierta del barco durante su trayectoria. Tanto desatino, únicamente puede ser inspirado por aquel viejo refrán de que algo tan desmesurado no puede ser mentira.

Para la estadía de los personajes en La Habana, New York y París, nada mejor que leerse las interminables listas de pasajeros de los vapores que surcan el Atlántico en esas fechas, tarea agotadora y por demás, cara, pues hay que pagar para acceder a dichos archivos.

Para lograr información confiable sobre la rosa amarilla Catalina Lasa ha de desempolvarse con mucha paciencia, los manuales de jardinería de California, de la historia de la rosa Johanna Hill y de los híbridos de té, que surgieron a mediados de los años veinte, como la rosa Henrietta, la Irish Charm, la Joy y la Fascination, entre otras, donde se menciona «de pasada» la rosa cubana, que por demás, jamás fue patentada y hoy, oficialmente, no existe.

Sobre el capital y las propiedades de Juan Pedro y Baró resulta difícil encontrar fuentes confiables, por el hermetismo propio de los hombres de negocios. Sobre su patrimonio familiar son dignos de confianza los artículos de Álvaro Reynoso y las actas de compraventa de inmuebles y fincas rústicas; así como las estadísticas de producción de azúcar de los múltiples centrales que posee, y los anales sobre las zafras en dicho período. Respecto al capital posterior, en el índex de Walt Street y en las referencias del desastre del año veintinueve aparecen mencionados sus pérdidas y el monto de sus acciones. No mucho más.

Sobre la aristocracia cubana, nada mejor que la monumental obra «Historia de las Familias Cubanas», de Francisco Xavier de Santa Cruz y Mallen, Conde de San Juan de Jaruco y de Santa Cruz de Mopox. Para la fiesta de inauguración de la quinta Las Delicias, el artículo de Conde Kostia en Fígaro es más que suficiente.

Escribir sobre los temas históricos resulta, tal vez, lo de menor complejidad, por la cantidad de bibliografía existente. Aunque debo admitir que utilizo textos de la época: revistas y periódicos nacionales y extranjeros, y no los escritos en los últimos cincuenta años.

También las actas de la Casa Cuba, en París y la memoria de la Fundación Rosa Abreu de Grancher, ayudan a construir la historia de Lilita Sánchez Abreu y su idilio amoroso con Saint John Perse.

La muerte de Jean Sánchez Abreu aparece bien documentada en los anales de la Universidad de Harvard y la historia de la Finca los Monos en multitud de artículos periodísticos de la época, en la Revista Fígaro y en las memorias de Isadora Duncan.

Sobre temas de arquitectura, sean las casas de Prado y Refugio o la de Paseo y los mausoleos en el cementerio Colon existe abundante y confiable bibliografía dentro de Cuba.

Para la descripción de Paris y sus lugares cercanos, nada mejor que una estancia en la ciudad con una mochila al hombro y una cámara fotográfica, además de la profusión de literatura existente en la propia Francia.

Debo agradecer en primer lugar al Ingeniero Liván Díaz, del grupo de Restauración y Patrimonio de Santa Clara, quién, literalmente, recorrió la ciudad y rebuscó en todos los rincones para hacerme llegar muchos datos confiables sobre los personajes y su historia, principalmente sobre Marta Abreu y su entorno.

A mi reducidísimo círculo de lectores, muchas gracias. Son los mismos de siempre, -no más de cuatro o cinco personas-, que leen el manuscrito recién salido del horno y me bombardean luego con sus opiniones y sugerencias.

A mi esposa que soportó durante casi una año mi «adulterio» con Catalina Lasa, muchas gracias por su paciencia. Ella es además, quién se encarga de corregir los textos con su perfecto dominio de la lengua y su exasperante lógica.

A todos. Gracias.